lunes, 25 de junio de 2012

Una familia feliz, la victoria más grande


Webb Simpson y su esposa Down, el día que ganó el  U.S. Open (fotos tomadas de Internet)
Ganar un ‘Major’ es el sueño de cualquier golfista. Significa entrar en la historia y alcanzar la inmortalidad, además de asegurarse un cambio de vida. Sin embargo, lo ocurrido con Bubba Watson y Webb Simpson, justamente los que obtuvieron las victorias en el Masters de Augusta y en el U.S. Open, respectivamente, nos ofrece una valiosa lección: ni el golf, ni los triunfos lo son todo en la vida. Para ellos, específicamente, ambos están por debajo de lo más preciado: sus familias.

Las meteóricas irrupciones de Tiger Woods, en el mundo, y de Camilo Villegas, en Colombia, trajeron consigo efectos insospechados. No solo provocaron una explosión de la afición, con todo lo que ello implica a nivel de negocio, sino que también cambiaron las perspectivas y las vidas de no pocas familias. Atraídos por la posibilidad de la gloria y la riqueza, algunos padres ‘rediseñaron’ el plan de vida de sus hijos y lo enfocaron hacia un nuevo objetivo: que se conviertan en campeones de golf. Estudio, amistades, vacaciones y, por supuesto, la vida familiar, quedan supeditados al golf, el rey de la casa.

Se trata de una elección absolutamente respetable, que no tiene sentido entrar a discutir porque, entre otras razones, este no es el foro para hacerlo. No obstante, lo que la experiencia ha demostrado es que la gran mayoría de las veces el objetivo previsto (ser campeón de golf y, en consecuencia, multimillonario) no se cumple. Entonces, los sueños sobre los que se construyó el castillo de naipes se esfuman, la edificación colapsa y vida se convierte en algo más desagradable que un doble par o un doble dígito. Así, lo único que se alcanza es la frustración y se abren heridas que tardan mucho tiempo en sanar.

Por eso, los casos de Watson y Simpson llaman la atención y no se pueden dejar pasar inadvertidos. Ellos, sin abandonar a sus familias, lucharon denodadamente por alcanzar sus sueños. Pero, de manera inesperada, para algunos increíble, invirtieron sus prioridades una vez llegaron a la cima. Mientras a ‘el Tigre’ su padre lo programó para que fuera el golfista más destacado de la historia, un insaciable tumba-récords, Bubba y Webb hicieron del golf su profesión simplemente porque lo disfrutaban, pero nunca tuvieron más pretensiones que las de divertirse y encontrar sustento para sostener a sus familias.

Angie, el pequeño Caleb y Bubba.
Cuando Earl Woods falleció el 3 de mayo de 2006, víctima de un cáncer de próstata, su hijo Eldrick estaba en la cresta de la ola. Era número uno indiscutido del mundo, acreditaba 10 de sus 14 coronas ‘Major’ y llevaba algo más de año y medio de feliz matrimonio con la sueca Elin Nordegren. Por eso, afortunadamente para él, no fue testigo del derrumbe del ídolo, del terrible drama del ser humano, víctima de los propios errores que todos conocemos. Pero, si hubiera estado vivo, sin duda, no habría dejado de sentir algo de culpabilidad, pues su genial creación se convirtió en algo cercano a un monstruo.

Quizás mirándose en el espejo del ídolo de todos, Watson y Simpson decidieron cambiar el libreto establecido. Bubba, cuyo verdadero nombre es Gerry (el apodo surgió porque nació “gordito y feo”, según su padre), se encargó de ponerles tatequieto a las expectativas que la prensa pretendía imponerle: “el golf no es todo para mí. Ganar un Masters es formidable en una semana, pero la vida tiene otros incentivos”, aseguró. Y aclaró: “nunca soñé llegar tan lejos. Ni siquiera puedo decir que sea un sueño hecho realidad, porque nunca lo imaginé”. Enseguida, se resguardó en su casa al lado de su esposa a disfrutar de Caleb, su hijo adoptado, de pocas semanas de nacido.

Regresó a la competencia tres semanas más tarde, para defender el título del Zurich Classic of New Orleans (terminó de 18) y no superó el corte en el The Players Championship y el U.S. Open. El domingo anterior estuvo a punto de volver al círculo de ganadores, cuando terminó de segundo en el Travelers Championship, a un golpe del australiano Marc Leishman. Lo que sí está claro para él es que sus prioridades son Caleb y su esposa Angela, exjugadora de baloncesto, y que está dispuesto a dejar a un lado el golf, al menos temporalmente, si su familia así lo exige.

Por lo pronto, Watson no ha cambiado. Sigue jugando de la misma manera agresiva, sorprendiendo a los aficionados y a sus propios rivales con tiros increíbles y, lo mejor de todo, no olvida su altruismo. Hizo un acuerdo con la firma Ping, que le proporciona los palos con los que juega, para que aporte fondos para la lucha contra el cáncer por cada uno de sus ‘bombazos’ con su ‘driver’ rosa: se donan 300 dólares cada vez que sus tiros rebasan la barrera de las 300 yardas, que es con bastante frecuencia. Además, tiene un convenio con la marca de ropa deportiva Travis Mathew, a través del cual se recaudan fondos destinados a ayudar a niños con problemas físicos que requieren intervención quirúrgica. Para ello, el golf es el medio, no el fin.

Simpson, por su parte, defraudó a todos aquellos periodistas y aficionados que lo tenían planillado para convertirse en apenas el séptimo golfista de la historia capaz de ganar el U.S. Open y el British Open el mismo año. El último en conseguirlo fue Woods, obviamente, en 2000. También lo habían hecho Tom Watson (1982), Lee Trevino (1971), Ben Hogan (1953), Gene Sarazen (1932) y Bobby Jones (1930, cuando ganó el ‘Grand Slam’). A finales de la semana pasada, Simpson, que no hizo receso luego del ganar el U.S. Open (fue 29 en el Travelers Championship), anunció que no viajará a Inglaterra para el torneo que se disputará del 19 al 22 de julio en el campo del Royal Litham & St. Annes.

La época en la que Woods tenía una familia feliz.
Como Bubba, Webb adujo razones familiares: su esposa Dowd, como se vio el día de su consagración en San Francisco, está embarazada de su segundo hijo y el parto está previsto para finales de julio. Dentro de lo normal, el jugador podría viajar a Europa, disputar el ‘Claret Jug’ y regresar para asistir al alumbramiento. Sin embargo, con una madurez plausible para sus 26 años, también le dio prioridad a la familia: “después de ganar el U.S. Open, es un poco más difícil tomar la decisión de no ir al British, pero no quiero correr el riesgo de perderme el nacimiento de mi segundo hijo en caso de un parto prematuro”, argumentó.

Ni la gloria de los títulos, ni los millones de los premios ni la presión de los medios de comunicación o de los aficionados pudieron más que el amor por sus familias. Contra la corriente, en contravía del camino trazado por Tiger Woods (seguramente hoy arrepentido), Bubba Watson y Webb Simpson se bajaron de esa loca carrera en la que el ego tiene mucho de responsabilidad. Con el mismo perfil bajo que han mantenido a lo largo de sus trayectorias, estos dos jóvenes estadounidenses nos ofrecieron una lección de vida digna de imitar, o cuando menos de reflexionar.

Ambos quieren ganar más títulos, más ‘Majors’, más millones de dólares, pero siempre y cuando no sea a costa de sus familias, como le ocurrió a ‘el Tigre’. “Voy a poder jugar el British Open el resto de mi vida”, sentenció Simpson para cerrar cualquier discusión. “Pero, asistir al nacimiento de mi hijo es algo que no tiene precio”, concluyó. No existe el libreto perfecto, como quedó constatado a la luz de la experiencia de Tiger Woods, y cada uno construye su camino al andar. Lo que no tiene discusión es que los triunfos más destacados de Bubba Watson y Webb Simpson fueron logrados fuera del campo de juego y que sus trofeos más preciados son sus hijos…

Hasta la próxima…

No hay comentarios:

Publicar un comentario