jueves, 7 de junio de 2012

Tiger Woods es el número uno del mundo


La comunión trascendental: júbilo del jugador, éxtasis del público (imágenes tomadas de internet)
¿Se les puede creer a los ránquines mundiales? ¿En verdad reflejan la realidad de un deporte? ¿Sirven para algo? Son preguntas difíciles de responder y que esta semana cobraron particular actualidad, en especial en los casos del fútbol, el deporte más popular del planeta, y del golf, el que nos apasiona y une. Ciertamente, en vez de disipar las dudas, cada vez que uno de estos escalafones se actualiza se incrementan las inquietudes.

La gran pregunta que se hacen los golfistas del mundo es si existe un jugador mejor que Tiger Woods. No por su reciente triunfo en el the Memorial Tournament, ni por haber alcanzado al gran Jack Nicklaus con 73 triunfos en la lista de los más ganadores de la historia. Es porque, de acuerdo con la clasificación publicada el lunes anterior, el inglés Luke Donald le ganó el embalaje al norirlandés Rory McIlroy para mantenerse en el tope, mientras que su compatriota Lee Westwood aparece de tercero. ¿Y ‘el Tigre’? Gracias a su éxito en el certamen organizado precisamente por el ‘Oso Dorado’, ascendió de la novena a la cuarta casilla.

Como se recuerda, Woods fue número uno del mundo durante 281 semanas, equivalentes a 5 años y poco más de 3 meses. Westwood lo desbancó el primero de noviembre de 2010, mientras ‘el Tigre’ se debatía en las turbulentas aguas del escándalo por infidelidades y la adicción al sexo, por el que pagó un precio mucho más alto que caer en el escalafón mundial: se acabó su matrimonio con la modelo sueca Elin Nordegren. Hoy, sin embargo, parece encaminado a recuperar ese sitial de honor, que en todo caso no le hace falta para seguir siendo el mejor del planeta, con sobrada ventaja.

Cuando se estableció el actual ranquin orbital, en abril de 1986, el número uno del mundo era el alemán Bernhard Langer, con corta ventaja sobre el español Severiano Ballesteros. A distancia, el escocés Sandy Lyle era tercero y Tom Watson, de cuarto, era el primer estadounidense. En enero de 1987, la primera temporada completa en la que operó el escalafón, el mejor golfista era el australiano Greg Norman, por delante de Langer y Ballesteros. Un reinado construido gracias a la victoria en el British Open (su primer ‘Major’) y a los segundos puestos en el Masters de Augusta y el PGA Championship (fue duodécimo en el U.S. Open).

Podría decirse que el ranquin no era necesario: ¿quién podría dudar que ‘el Tiburón Blanco’ era el mejor del mundo, tras esos resultados en los ‘Grandes’? En ese 1986, además, obtuvo diez triunfos más alrededor del mundo: dos en el PGA Tour, uno en el European Tour, cuatro en su país y otras tres en diferentes certámenes. En resumen, con 11 victorias y dos segundos puestos en ‘Majors’ era una locura pensar que Norman no era el mejor del mundo. Era una época en la que el peso de los triunfos era contundente y se aplicaba una lógica elemental, pero lógica al fin: el que más gana es el mejor.

Woods y Nicklaus acreditan 73 éxitos en el PGA Tour.
Hoy en día, sin embargo, no resulta tan lógico ni tan fácil. El ranquin mundial de golf se establece por el promedio de los últimos 40 torneos, como mínimo, o los últimos 52, como máximo. Además, los puntos obtenidos durante dos años (108 semanas) empiezan a perder valor de la semana 91 en adelante. Es una fórmula bastante complicada de entender, y mucho más de explicar. Un ejemplo: mientras de 2009 a lo que va corrido de 2012 Woods logró ocho victorias en el PGA Tour, Donald, el número uno, solo celebró tres éxitos en ese ámbito (logró otros cuatro en el European Tour). Pero, la depreciación de los puntos le pesa demasiado a ‘el Tigre’.

Echémosle una rápida mirada al escalafón orbital del fútbol. Según la FIFA, España es el mejor equipo del mundo, y suena lógico: es el actual campeón de Europa, su región, y del mundo; es decir, impera la lógica de las victorias. Alemania, Holanda, Brasil, Inglaterra y Argentina siguen en el listado, cada uno con reconocidos méritos. Luego, sin embargo, arrancan las dudas: el Top-15 lo completan, en orden, Dinamarca, Portugal, Chile, Italia, Rusia, Francia y Grecia. Y Colombia, que ascendió tres lugares, figura en la vigésima casilla.

Según publica la propia FIFA, para esta clasificación se tomaron en cuenta los resultados de 115 partidos, de los cuales 28 correspondieron a las eliminatorias al Mundial Brasil-2014 y los restantes 87, a juegos amistosos. ¿Tiene algún sentido que el escalafón contemple los amistosos? ¿Qué tal que en el caso del golf se tuvieran en cuenta las rondas de práctica? Absurdo, sin duda, pero para la rectora orbital este listado se ha convertido en un gran negocio de mercadeo, y los propios países, que en un comienzo lo criticaron con dureza, se fueron acomodando a sus designios y ahora orgullosamente disfrutan los avances.

Jugando amistosos y unos pocos juegos de eliminatorias, en los que acredita dos triunfos, un empate y una derrota, Colombia, que no asistió a los tres últimos mundiales, está por encima de Suiza (21), Paraguay (22), Japón (23), Australia (24), Ghana (25), Estados Unidos (28) y Eslovenia (30), que sí acudieron a Suráfrica-2010. En suma, aunque en la parte alta el ranquin se antoja lógico y justo de acuerdo con los resultados, del Top-15 en adelante impera la arbitrariedad de los criterios. Pero, en los primeros días de cada mes, los medios de comunicación le siguen el juego a la FIFA y, de paso, convalidan el escalafón.

El mismísimo Nicklaus se rindió a la magia de Woods.
De regreso a los campos de golf, uno como aficionado del común poco o ningún caso le hace al ranquin. La demostración palpable ocurrió el pasado domingo, con el desenlace del the Memorial Tournament: hasta el hoyo 15, la definición era entre el surafricano Rory Sabbatini y el joven estadounidense Spencer Levin. El desarrollo del juego, sin embargo, a nadie entusiasmaba, pues Sabbatini jugaba a no cometer errores (se limitaba a intentar salvar el par de cada hoyo) y Levin no hacía algo diferente a equivocarse. Como en otras ocasiones recientes, el ganador iba a ser no el mejor, sino menos peor, como se dice en la calle.

Pero, todo cambió en el par 3 del 16, un difícil hoyo de 215 yardas de longitud. Desde una complicada posición en el ‘rough’, Tiger Woods sacó a relucir la magia de su juego y embocó un ‘birdie’ inolvidable. Un golpe maestro que lo puso en la vía de la victoria, que finalmente se concretó con descuentos en tres de los últimos cuatro hoyos. ‘El Tigre’ jugó esa recta final en -3, mientras que Sabbatini, que fue segundo igualado con el argentino Andrés Romero, y Levin, que cayó al cuarto lugar, lo hicieron en +1. Entonces, la afición, como lo había hecho en 72 ocasiones anteriores, estalló en júbilo.

Está claro que actualmente hay muy buenos golfistas, quizás tantos como nunca antes. Sin embargo, así el caprichoso ranquin mundial diga algo diferente, el mejor jugador del mundo es Tiger Woods. Por sus 73 victorias, por sus 14 ‘Majors’, por su conexión con el público, por la trascendencia de sus éxitos. No cabe duda de que Woods aún no es el mismo que era antes de que se destapara el escándalo de sus infidelidades el 27 de noviembre de 2009. Pero, no hay algún otro golfista en el mundo capaz de hacer delirar al público, de transmitir tanta emoción, de aglutinar tantos adeptos como lo hace el morocho californiano.

Salvo contadas excepciones (como Phil Mickelson o Bubba Watson), los triunfos de otros golfistas en el PGA Tour pasan rápidamente al olvido y sobreviven apenas en las estadísticas. Son éxitos que nada transmiten, que no trascienden en el recuerdo de los hinchas. Woods, en cambio, no necesita ganar para pagar el precio de la boleta de entrada: un solo golpe magnífico, como aquel del domingo, vale más que la misma victoria. Su nombre está ligado estrechamente a espectáculo, a emoción, a fantasía, criterios que no contempla el ranquin mundial, pero que mandan en el corazón de los aficionados. Allí, sin duda y con ventaja apreciable, ‘el Tigre’ nunca dejó de ser el número uno del mundo.

Hasta la próxima…

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