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El Abierto del club Militar será extrañado en este 2012, pues no habrá profesionales. |
Hubo una
época, y no muy lejana, en la que el golf colombiano vivía una verdadera
temporada alta, llena de emociones, durante el período de vacaciones de mitad
de año. Desde la tercera semana de mayo y durante los meses de junio y julio,
eran entre ocho y diez semanas con actividad a full y, en especial, con un
ingrediente que poco a poco se perdió: la mayoría de las citas eran abiertos.
Cartagena,
Manizales, Barranquilla (Lagos de Caujaral), Ibagué, Neiva (estas ciudades se
alternan), Armenia, Pereira, Medellín (El Rodeo y CC Medellín), Bogotá (Club
Militar) y Bucaramanga (Ruitoque y CC Bucaramanga) eran las paradas de la gira que
hacía las delicias de jugadores y aficionados. Entreverado entre todos ellos,
además, aparecía el Abierto de Colombia, el certamen más importante de cuantos
organiza la Federación Colombiana de Golf, que ofrecía el atractivo de la
participación de varios de los jóvenes que acababan de terminar la temporada
del golf universitario estadounidense.
No era un
fenómeno reciente, pues casi siempre fue así a través de la historia. Los
clubes de la provincia, con sus siempre agradables campos y, sobre todo, las
increíbles atenciones a los visitantes, marcaron una tradición. Más allá de los
títulos que podían sumarse al palmarés, los mejores jugadores del país
procuraban no perderse esa intensa gira, pues no solo había una competencia de
alto nivel deportivo, sino que también se la pasaba muy bien. Hoy, sin embargo,
la situación es bien diferente y esa temporada alta tiene pocos o ningún
atractivo, en especial por la ausencia de las principales figuras del medio:
los profesionales y los más reconocidos ‘scratch’.
Este año, en
mayo no hubo torneos organizados por los clubes y para junio y julio solo están
asegurados tres abiertos: Manizales (lo ganó Ángel Romero, el pasado lunes
festivo), Ibagué (se juega esta semana) y Medellín (en el Campestre). También
están programados torneos para aficionados en Cartagena (ya se cumplió),
Armenia, Pereira, Bucaramanga (en el Campestre) y Bogotá (en el Militar). En
resumen: de seis o siete abiertos que se disputaban tradicionalmente se pasó a
la mitad. Y, para colmo, el Abierto de Colombia, fiel a la característica
improvisación de la Fedegolf, cambió de fecha.
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El British Open siempre se cumple en la tercera semana de julio. |
Aunque la
tendencia se venía pronunciando desde hace un lustro, se profundizó en 2010 y
2011 por razones exógenas: el crudo y prolongado invierno que azotó al país y
que en los campos de golf se cobró víctimas inocentes y silenciosas. Este año,
sin embargo, esa no es, no puede ser la excusa. Las lluvias fueron menos
intensas y, gracias a las obras emprendidas recientemente, prácticamente todos
los clubes del país le ganaron en esta oportunidad la batalla a la fuerza de la
naturaleza. Pero, pese a eso, el plato golfístico de mitad de año perdió el
principal de sus condimentos: el espectáculo de los profesionales.
Si bien lo
más fácil sería culpar a los clubes por su falta de gestión para conseguir
patrocinios, a veces combinada con falta de interés para hacerlo, y a la
Fedegolf por su nulo liderazgo para promover el desarrollo de la actividad,
aquí los culpables son todos, incluidos los jugadores profesionales y algunos
de los aficionados. Porque no debe olvidarse que esta tendencia comenzó a darse
cuando los organizadores de los torneos se cansaron de las constantes críticas
de los participantes, en especial en lo relacionado con el monto de las bolsas,
la preparación de los campos y aspectos técnicos como la ubicación de las
banderas en los ‘greenes’.
Cuando los comités
de los clubes trabajaron y se esforzaron por realizar abiertos, la
retroalimentación que recibieron no fue la esperada. Y eso cansa. Los
profesionales, que antes iban sin dilación a disputarse bolsas de 25 y 30
millones, empezaron a exigir premios de 50 y más millones. Y en este país, en
algunas ciudades pequeñas e intermedias, no es fácil conseguir ese objetivo.
Además, los torneos se llenaron de maleducados jovencitos amateurs que se
lucían más fuera de los campos de juego con desórdenes y rabietas (muchas veces
al tenor de unos buenos traguitos) y provocaron un daño irreparable: con tanta
guachada, espantaron a aquellos que iban a competir y a divertirse sanamente, y
nunca se encontró el antídoto adecuado.
Para colmo,
las fechas de los torneos, que eran la base de la tradición, fueron cambiando
al capricho de una comisión técnica obtusa e ignorante, dedicada exclusivamente
a la politiquería barata a través de la adjudicación de las mismas. Entonces,
salvo contadas excepciones, es prácticamente imposible saber qué torneo se
jugaba en determinada semana, como antaño. Es algo que está inventado por los
que de verdad saben, y funciona: el Masters de Augusta siempre se realiza en el
segundo fin de semana de abril y el British Open, en el tercero de julio. El
U.S. Open siempre es en junio y el PGA Championship, en agosto. Lo mismo ocurre
con el calendario de la USGA. Aquí, sin embargo, es más fácil acertar la
combinación del Baloto que adivinar la programación de torneos, que además se
modifica arbitrariamente a lo largo de la temporada.
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Con gran esfuerzo, Ibagué mantiene su abierto. |
Los
organizadores de los torneos, así mismo, aportaron su cuota. La peor de sus
decisiones fue sacrificar a los jugadores de hándicap altos (la gran mayoría de
los practicantes) para llenar los ‘fields’ con otros que acreditaban ventajas
bajas, pero que ostentaban ‘scores’ bien elevados (las estadísticas están a la
vista de todos). Así, en poco tiempo, se pasó de certámenes en los que era
imposible conseguir un cupo a los de ahora, en los que los clubes tienen que rogarles
a los golfistas para que se inscriban. En pocas palabras, mataron la gallina de
los huevos de oro. Para colmo, las grandes atenciones de antaño y los
atractivos suvenires fueron reemplazados por otros baratos o, sencillamente,
desaparecieron. Eso sí, las inscripciones son cada vez más costosas.
Y otro
ingrediente que contribuyó, y no solo en esta temporada, sino a lo largo del
año, fue el capricho de los promotores de los torneos de ridiculizar a los
golfistas. Copiando el ejemplo de la Fedegolf, los torneos de los clubes poco a
poco se convirtieron en concursos de ‘putt’. Para ganar no era necesario jugar
bien a lo largo del campo, sino embocar, pues los ‘greenes’ estaban
premeditadamente preparados para distorsionar el resultado. Con banderas ubicadas
en lugares absurdos, sin el menor conocimiento o criterio técnico, lo único que
se consiguió fue agotar la paciencia de los jugadores, en especial los venidos
del exterior, que se cansaron de sentirse como payasos de circo.
Hoy,
producto de ese coctel, es difícil ver ‘fields’ completos, se perdieron
abiertos de gran historia y tradición como los de Armenia y Pereira y el
Abierto de Colombia fue hipotecado por un logo (el del PGA Tour), y para colmo
quedó vetado para los jugadores nacionales. Irónicamente, cuando hay más
personas que practican el golf, cuando hay más clubes que abren sus puertas a
los jugadores, cuando hay más jugadores en el exterior en circuitos
profesionales; cuando hay figuras como Camilo Villegas, Camilo Benedetti o
Mariajo Uribe, cuando Colombia es sede de torneos del Nationwide Tour y el
Challenge Tour Europeo y hay patrocinadores de gran calibre como Pacific
Rubiales, Samsung o Helm Bank, nuestra temporada alta carece de interés.
Es triste
acudir a los campos de práctica públicos o los clubes privados y dialogar con
los jugadores para comprobar que perdieron el interés en participar en esta
fase de la temporada. La mayoría prefiere dedicárselos a la familia, irse de
viaje, y otros buscan destinos diferentes, como Estados Unidos, donde no solo a
veces se ahorra costos, sino que también se garantiza la diversión. No será
fácil volver a vivir las emociones de épocas no muy lejanas, que durante mucho
tiempo fueron orgullo del golf colombiano y soporte del crecimiento de la
afición. ¿Y la Fedegolf? Bien, gracias…
Hasta la
próxima…
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